Santa María Tecomavaca, el lugar de las alas verdes.

Guacamayas

Mijo, desde hace muchos años la guacamaya verde tiene como hogar la cañada oaxaqueña, y su futuro y el nuestro está en nuestras manos– es sólo un pequeño fragmento de la historieta pintada sobre la pared de una de las tienditas de Santa María Tecomavaca. Ninguna de ellas vendía hielo, pero al menos conseguimos algunos sombreros y unas cuantas cervezas bien muertas, que apagaron nuestra sed después de bajar al río. ¡Pero qué calor! Y apenas acabábamos de llegar al lugar de las guacamayas.

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Don Antonio y el comisario me habían respondido amablemente para reservar las cabañas del Sabino, las que no tienen luz y están mas cerca de la zona de avistamiento, pero parece que se les había olvidado, o más bien, no creyeron que fuéramos a llegar. Así que después de un debate sobre las llamadas y mensajes, nos dieron las cabañas que se encuentran a 5 km del pueblo, el cual pertenece a la espectacular reserva de la biosfera Tehuacán Cuicatlán.   

Christian, el hijo de don Antonio, pasaría por nosotros a las 4PM para hacer la caminata al cañón y observar las preciadas plumas verdes. Así que sacamos la hielera, y nos apuramos a comer en la zona del campamento “El Cacalote”. 

Apenas pasadas las cuatro de la tarde, apareció Christian-Paul junto con otro guía en su camioneta pick up, sobre la cual siempre cargan un rotoplas, por aquello de que tengan que rellenar los tinacos de las cabañas, ya que en el lugar no hay agua corriente mas que la del río que pasa debajo de la carretera. 

Con mucha prisa, Christian nos dijo que emprendiéramos el camino, con un tono un poco hostil para mi gusto, pero más tarde me daría cuenta, que estábamos justo en tiempo para subir un sendero bastante empinado antes del atardecer. 

La entrada al cañón se encuentra en el camino hacia Oaxaca en el kilometro 104, por un acceso controlado y un camino de terracería, evitando que se meta cualquier persona. 

A unos cuantos metros del estacionamiento se encuentran dos cabañas, con baños exteriores y una palapa con fogón, justo para quienes disfrutan de este tipo de hospedaje rural. 

El camino hacia la zona de avistamiento está muy bien trazado, con algunas inclinaciones de 45 grados, que sin duda hicieron sacar la lengua a los que no tenían buena condición física. Entre el bosque de coníferas y vegetación xerófila, escuchamos a lo lejos el canto de una guacamaya, incitando instintivamente nuestra vista hacia el cielo en busca de alguna señal. 

Motivados por el canto y en silencio total, encontramos la primera ara militaris, perchada sobre una rama sin hojas, a sólo unos cuantos metros de nosotros. 

 Es inexplicable la emoción de ver aves en su hábitat natural; poder escuchar la variedad de cantos que rebotan entre las paredes del acantilado, es tener vistas inigualables, es sentir las gotas de sudor que te recuerdan porqué estás en ese lugar.  

Ale Rots

Vivencias Mexico

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